lunes, 21 de julio de 2014





Liliana Vive en Florida, además de escribir muy bien, es maestra y artista plástica, este es su trabajo para PoEsyA

VALIJA  (CRÓNICA EN CINCO)

Decidió protegerse.
 De alguna manera, morir le ofrecía cierta seguridad...
 Atravesó con su mano el vidrio del escaparate  y tomó para sí la valija de cristal. Ni bien la vio, pensó que le correspondía.
La sentía propia.
Era suya.
La usaría. Estaba convencido de que poseía la clave oculta para abrir su cerradura, la  que también ostentaba  carácter cristalino.
Una vez dentro dormiría su sueño, su letargo, y alcanzaría su deseo de enajenamiento total.
No necesitó transportarla lejos. Ni si quiera se le ocurrió la picardía de esconderla, quizás sosteniendo la hipótesis de que su transparencia, le permitiría  un  perfecto camuflaje allí mismo, y en ese mismo momento.
Aún sin tener prisa alguna, no esperó.
Sobre la misma acera la abrió, y cierta emoción corrió por todo su ser...
Era tan perfecta. Tanto... Que no pudo evitar acariciarla varias veces, con suma  delicadeza, usando a penas las yemas gastadas y sin huellas de sus dedos. Extasiado por estar tan cerca de la meta que se proponía, ablandó su cuerpo y se quitó la ropa muy lentamente.
Dobló cada prenda y la apiló prolijamente a un costado.
Y la dejó allí, perpendicular a la bóveda celeste.

II

Despacio fue que levantó un pie y luego el otro para meterse dentro.
 Muy cuidadosamente...
Opuesta a su deseo de dormir, una irresistible pulsión de no despertar a nadie, lo regía.
De tal manera curvaba los ángulos de sus articulaciones, que los latidos de su  corazón pulsaban tan secretamente que habría sido  imposible  declarar presente  dicho signo vital.
Por nada del mundo rayaría el cristal impecable de  aquella caja. Por nada.
Sin esfuerzo alguno, como si toda su vida hubiese estado practicando para aquel momento, danzó en puntas de pie hasta  acomodarse en el interior.
Y mientras se ubicaba en aquel espacio tan a su medida, una brillosa transparencia
lo transmutaba hacia la invisibilidad.
La luz ahora lo recorría. Lo atravesaba.
La luz ahora lo reconocía parte de sí.

Y embebido en el trasluz se dejó ser dejando de ser.
Cerró sus ojos y una mueca  en su boca callada, una mueca de sonrisa, selló aquel segundo misterioso.
Nuevamente no  esperó.
Durmió.
III

(Sin registro ni documentación de la fase.)

IV

Comenzó  a desperezarse y a liberarse de su siempreviva posición fetal.
Buscó desentumecer cada una de sus delicadas partes; las  que apenas al ser  tocadas por la orden de responder a un estímulo de resurrección, crujían de manera similar, al modo con el que se expresan las hojas secas cuando  las pisa una formación pies descalzos.
Todo su ser componía  una especie de desovillado ovillo de filos hilos de lino,  enredados. Ninguna mirada puesta sobre  aquel entramado complejo, habría visto posible desmadejarlo.
No al menos en aquel momento.
Quizás en otro.
Sin embargo, a pesar de la aparente inmovilidad,  de  detener  la observación sobre aquel proceso, habría sido posible percibir movimientos  lentos  que podrían haber sido  interpretados como la reversa de una serie de acciones coordinadas y preestablecidas  para tejer un capullo.
Un vientre de tela elastizada ocultaba la definición de sus formas.
Y cierto carácter hipnótico del fenómeno, obligaba a alucinar la gestación de algún tipo de ser ondulante,  que en la profundidad del espacio interior de aquella valija cristalina  pujaba por escaparse del plano entelado,  con  la supuesta  intensión de corporizarse y conquistar un volumen. Siempre en una instancia permanente de exquisita  lucha con la resistencia propia de las coordenadas cuánticas que intentaban determinar su dimensión.
En la demora de una  definición final, trató de verse y,  fue cuando impactado por la comprensión de lo sucedido, descubrió que en él ya no había manos, ni ojos para mirar manos, ni nada parecido a nada, porque cada vez era menos posible, recuerdos con qué comparar.
V

Una marea de espacio infinito.
Cristalina valija, la eternidad.
                                                                                          Liliana A. Bell

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